Descubriendo la Sabiduría con los jóvenes de hoy

La vida en grupo es buena, es gratificante, pero de vez en cuando es bueno poder hablar de tu vida más personal con un confidente libremente, sin sentirse juzgado. 

En algunos de los ámbitos en los que me muevo, por ejemplo, en la CER, recibo a veces peticiones de jóvenes, mayoritariamente en la etapa del juniorado, para tener un acompañamiento espiritual formal. En estas ocasiones el acompañamiento es una solicitación de la persona consagrada para ir creciendo durante esta etapa en la que se construye y madura, concretamente, la identidad del religioso/a. A lo largo del acompañamiento surgirán, probablemente, problemas de la historia personal nuevos o no resueltos, cuestionamientos en relación a la comunidad, a la identificación carismática, a la vida espiritual… eso es normal. Pero eso se va a ir descubriendo a lo largo del camino.

Sin embargo, más frecuentemente, el acompañamiento empieza por una escucha puntual de los novicios/as o de los jóvenes que son mis alumnos en la universidad. La mayoría de las veces, estos jóvenes se acercan con una cuestión precisa, casi siembre formulado como “problema” que necesita ser abordado “inmediatamente”, con urgencia, sin dilación en el tiempo. En estos casos el joven nos escoge para conversar porque percibe una cierta calidad de “ser” e intuye que hablar en ese marco puede ser una ayuda para salir de su “problema”. 

El adulto que escucha, en este caso yo, está allí para tomar un tiempo personal, escuchar, ayudar a tomar distancia, permitirle ver más claramente. A veces esto se podrá transformar en un acompañamiento sistemático y a largo plazo que ayude al joven a reconocer la maravillosa obra de Dios en él/ella. Pero muchas otras veces la escucha queda en algo puntual en un encuentro de una, dos, tres o cuatro veces en torno a una cuestión precisa. 

El punto común que yo veo entre todas estas situaciones diferentes de jóvenes “ordinarios” o de jóvenes comprometidos en las primeras etapas de la formación a la vida consagrada es el mismo: la soledad. 

Ya sean pertenecientes a uno u otro grupo, lo que hace que estos jóvenes se decidan a hablar de cuestiones íntimas con una “profesora” ya sea en la CER o en la PUCE, es el hecho de que no tienen espacios para hablar. 

Sus cuestionamientos surgen con motivo de cierto cansancio o dificultad para respirar frente a ciertas situaciones, en caso de crisis, o cuando aparece un evento inesperado que perturba sus certezas. Ni en sus familias, ni en sus comunidades encuentran esos espacios de escucha incondicional, donde puedan hablar sin ser juzgados. Y por ello la primera consecuencia que veo en ellos, al escucharlos, es el alivio, un alivio profundo, una libertad de poder ser lo que realmente son. Entonces ¿por qué privarlos?

Aunque la punta del iceberg, es decir la cuestión que les preocupa, se presentará de manera diferente según que sean jóvenes estudiantes o jóvenes en formación religiosa, hay que ayudarles a “escavar” y llegar a la cuestión profunda que les inquieta. Y allí ya no hay tantas diferencias entre uno y otro grupo en cuanto a la naturaleza profunda de sus “problemas”. 

Esta edad (de 19 años en adelante) corresponde al establecimiento de puntos de referencia, convicciones, modelos. Este proceso implica un movimiento de fuerte adhesión a ciertos valores, actos, hábitos y personas y exige una cierta distancia con uno mismo para leer mejor el camino recorrido, para aclarar la naturaleza de sus relaciones con los demás, con Dios y con ellos mismos, para "percibir" ambigüedades, sombras y meandros del corazón, para santificarlos, para adentrarse en una cierta complejidad tanto en teología como en espiritualidad (la mayoría de las veces se sitúan a partir de pensamientos binarios y sistemas cerrados que son promovidos por la sociedad y también por algunos grupos eclesiales) y sobre todo ejercitar el aprendizaje de mayor libertad con sentido que no sea mera imitación o rechazo simplista de lo que se “ve” en los modelos sociales (formadores, familia, amigos, redes sociales…).

Desde esta misión de varios años acompañando a jóvenes, encuentran mucho eco en mí, las invitaciones del documento preparatorio para el sínodo de los obispos sobre los jóvenes y el discernimiento vocacional que se está celebrando en Roma en este mes y que en varios números expresa la urgencia de que la Iglesia haga un esfuerzo por escuchar a los jóvenes. Por ejemplo, en el número 65 dice:

“Como sintetiza muy bien un joven, «en el mundo contemporáneo, el tiempo dedicado a escuchar nunca es tiempo perdido» y en los trabajos preparatorios, se evidenció que escuchar es la primera forma de lenguaje verdadero y audaz que los jóvenes piden con voz fuerte a la Iglesia. También, se manifiesta el esfuerzo de la Iglesia para escuchar a todos los jóvenes, sin excluir a ninguno. Muchos advierten que la voz de los jóvenes no es considerada interesante y útil por el mundo adulto, tanto en el ámbito social como en el eclesial. Una CE afirma que los jóvenes perciben que «la Iglesia no escucha activamente las situaciones que viven los jóvenes» y que «sus opiniones no son consideradas seriamente». Sin embargo, es claro que los jóvenes, según otra CE, «piden a la Iglesia que se acerque a ellos con el deseo de escucharlos y acogerlos, ofreciendo diálogo y hospitalidad». Los mismos jóvenes dicen que «existe un fenómeno en algunas áreas del mundo en las cuales un gran número de jóvenes está dejando la Iglesia. Es crucial comprender el por qué para ir hacia adelante». Ciertamente, entre estos encontramos la indiferencia y la falta de escucha, además del hecho de que «la Iglesia suele aparecer como demasiado severa y excesivamente moralista».

Estas reflexiones de la Iglesia al más alto nivel, me confirman en la importancia de esta misión de acompañamiento y me animan a seguir buscando como abrir espacios para que los jóvenes, sean los que sean, se puedan sentir escuchados y acompañados ya que por experiencia me reafirmo en la certeza de que esto abre gradualmente un camino que promueve el crecimiento y la vida.

Por ello desde hace varios años colaboro también en la EDA, Escuela de acompañamiento, un espacio de la CER que forma a religiosos y religiosas para que puedan a su vez realizar este hermoso ministerio de acompañar ya sea en sus congregaciones, o en su misión en colegios y pastorales de cualquier tipo. 
Es un privilegio el poder ayudar a estos religiosos y religiosas que están ansiosos por descubrir esta hermosa propuesta de la Iglesia y ser testigos de la relación entre el acompañado y Dios. 

Y yo agradezco a la Sabiduría el poder participar de esta misión que me parece tan profundamente relacionada con nuestro carisma de búsqueda de la verdadera Sabiduría en el mundo y en el corazón del ser humano, Ella que todo lo atraviesa y todo lo penetra, pero que necesita de atención y cuidado para ser descubierta, reconocida y acogida.


Hna. Lourdes Alonso
Quito-Ecuador

Comentarios

Entradas más populares de este blog

¿Quiénes Somos?

La cabaña. “Relación de amor”

Las Hijas de la Sabiduría