Pedicura, trabajo muy sencillo, pobre y rico a la vez


Hay muchos que se sorprenden de este trabajo, les parece insignificante, sin valor alguno, ni económico, ni tampoco es resaltante porque creen que los pies es lo último y no vale nada. Porque no saben la riqueza de acompañar a cada hermano, hermana con tanto sufrimiento, muchas veces sin esperanza pero con un corazón muy noble, sencillo y humilde.

Mi tarea como Hija de la Sabiduría, como cristiana, como mujer es el anuncio del reino de Dios. 

El don de la fe que recibí en mi bautismo y a la que nuestro padre de Montfort nos invita a renovarla, es la herencia más grande que recibido la que me permite ser misericordiosa con cada hermano y hermana que Dios pone en mi camino, a pesar de mis debilidades y fragilidades.

Yo tomo el dolor de los que sufren me hago uno de ello y esto me invita a orar por cada uno; tanto en esta misión de la pedicuría, como con los pacientes de rehabilitación. Descubrir tantas heridas, sufrimientos, angustias en sus enfermedades a veces los lleva a pensar en aislarse, a abandonarse, a desalentarse o desesperarse, y ahí una fuerza interior me impulsa ¡cómo no estar con ellos que son los últimos, los olvidados, los que más necesitan! 

Nuestra cofundadora, hermana mayor María Luisa de Jesús "no cierra su corazón a nadie sino más bien va al encuentro, con dulzura, y amor y nos invita a ver a Jesús mismo en cada hermano y hermana. 

Uno de mis pacientes muy ancianito, con los pies con mucho descuido, tenía las uñas muy gruesas y montadas una sobre la otra. Las medias se le rompían y no le entraban los zapatos por la misma dificultad. 

Fueron tres sesiones de trabajo con él, me decís a sus 99 años: “déjame así nomás, ya no puede hacer nada, anda vete”; y con perseverancia y dedicación logré cortar y dar forma a sus uñas.

Este paciente “engreído” me robó el corazón. Aunque su movilidad es reducida por su edad avanzada, cuando terminé de atenderlo se esforzó en tocarse los dedos de los pies y dijo: “Oh Dios, al fin puedo sentir mis pies, mis hijas y mis nietas no lo podían hacer y tú si has podido”. Me pidió que no lo olvide y que regresara, estaba muy emocionado y conmovido me agradeció.

Otra paciente, una señora viuda de la tercera edad y sin hijos, había recorrido hospitales, podólogos, para hacerse atender del deterioro de la piel y las uñas de sus pies, sin tener ningún resultado. Sin resultado y algo cansada, había perdido la esperanza de que alguien tuviera “compasión de ella”, según su propia expresión. Le di el tratamiento adecuado a su situación, desde la cercanía, el amor y la confianza la invité a que aceptara sus pies, que diera gracias a Dios que aún puede caminar, de manera lenta pero lo hace. Cuando la atención en varias sesiones se terminó sus palabras fueron “con qué podré pagarle, nadie en tantos años tuvo esa compasión y cariño para conmigo” y se le cayeron las lágrimas por las mejillas. “Lloro –dijo- porque siento mis pies y dedos y mis zapatos entran sin dificultad” 

Doy gracias a Dios porque con cada uno de mis hermanos y hermanas me maravillo, me enriquezco con la humildad y sencillez de cada uno. Descubro su fe inmensa, y más allá de su curación física, descubro su amor a Dios que es infinito.

Pido cada día que Jesús Sabiduría me conceda la gracia del don de la escucha, la paciencia, y la capacidad para tratarlos siempre con respeto, amor, bondad y disponibilidad al momento de realizar mi trabajo.



Hna. Clara María Salinas hdls 
Huánuco - Perú 


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