Testimonio de nuestras prenovicias, acompañando la zona de terremoto en Ecuador


Estuve participando en la comunidad de Balsalito, realizando juegos tradicionales con los niños. Algunos de ellos todavía tienen miedo por lo que vivieron el día del terremoto, jugar con otros niños les ayuda a recuperarse de este temor y crecer en fraternidad.
En mi suscitó esperanza, poder contribuir a que ellos se sientan mejor cada día.
También tuve la oportunidad de dialogar con algunas mujeres, donde compartían lo que habían vivido. El miedo no las deja entrar en sus casas, y prefieren dormir fuera en carpas. Algunas de ellas aprovechaban para compartir los problemas que existen en la comunidad y los de su propia familia.
Estas experiencias me permiten dar gracias a Dios, porque este servicio de la escucha ayuda a alivianar el corazón de tantos que están sufriendo.

Las frases que más me llamaron la atención fueron: “fortalecer la comunidad”, “acrecentar las relaciones interpersonales”, “trabajar en equipo”, “reconstruir las casas en comunidad”; “El reírnos nos hace olvidar el miedo que sentimos por las réplicas”
En otro momento un grupo de niños, me contaron otra realidad que viven que es “el maltrato en sus hogares”. 
Una noche me quedé a dormir en la carpa de la Sra. Francia, pude experimentar el miedo que se siente ante la precariedad y también comprobar cómo la comunidad se une cuando surgen inconvenientes; en este caso en la tarde de ese día hubo rumores que personas ajenas a la comunidad estaría rondando por el lugar. Ante los ladridos de los perros con la Sra. Francia, nos levantamos para ver lo que pasaba, y junto a otras familias nos organizamos para hacer guardia hasta que llegara el día. Así la comunidad se organizó para protegerse.

Juleysi

Un 16 de abril de un año que no quedará en el olvido, la costa ecuatoriana vio venir días de grandes dificultades y carencias, luego de casi un minuto de pánico que sacudió y trajo abajo casas y edificios, sepultando vidas. Ante estas penosas circunstancias muchas instancias hicieron llegar sus aportes como: alimentos, carpas, artículos de aseo, servicio psicológico, atención médica… La alegría era grande al ver que nadie se quedaba indiferente a esta misión de solidaridad.    
Cuando llegó la oportunidad de hacer algo concreto por todos ellos, vino en mí sentimientos de inseguridad, o de preguntarme en múltiples veces: ¿Qué puedo hacer ahí?, ¿en qué puede aportar mi presencia ante esos daños de grandes dimensiones?, pero una vez estando ahí grandes son las lecciones que uno recibe; hay muchas presencias que colaboran grandemente, pero la presencia religiosa brinda esperanza de reconstrucción, pero que va más allá de bienes materiales, sino de reconstruirse como persona recobrando confianza y plenitud en Dios. Esa parte espiritual estaba realmente desatendida, ¡había mucho que hacer! Al ver estas necesidades tan concretas fue Dios quien fortaleció y sacó a la luz todos los talentos para empezar a dar frutos. 

Progresivamente hemos sido testigo de cómo Cristo iba haciendo grandes edificaciones  con bases resistentes y bien edificadas en el amor, la solidaridad y la misericordia. Construye en medio de la destrucción, de la nada, de la desolación, de casas y sueños caídos. Él está reconstruyendo su nuevo pueblo, acompañando a cada hijo a tomar sus herramientas y motivando a empezar la obra. Pero no es solo pueblo como espacio, estructura y límites. Las comunidades se iban reconstruyendo a partir de cada individuo, uniéndose a su semejante con una fuerte amalgama de esperanza: el hijo sostiene a su madre, el esposo a su esposa, hermanos a hermanos… Es Cristo la piedra angular que los sostiene en el proceso de ir despertando y ver con dolor su entorno.
La presencia de Dios vuelve a ser una gran novedad para tanta gente que solo conoce de referencias a un dios por tradición, al cual responsabilizan por un remesón que hizo venir abajo sus días de calma. Ahora son invitados a instalarse en el desierto, e instalar sus carpas sin puertas. 

Caterina




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